-No sé cuánto tiempo permanecí
parado en ese oscuro lugar, pero realmente lo pasé fatal. “¿Cómo conseguí dejar
eso atrás?” Te preguntarás. Y la historia que ahora te narraré es una de las
más importantes de mi vida, así que, presta atención: Remontémonos cuatro años
atrás. Estaba cómodamente en el lugar donde se cometió ese crimen –ese crimen
del que todos somos testigos, y en parte cómplices-, pensando en todo lo que hacíamos
antes de cometerlo, cuando de repente, otro adulto se acercó a la escena. “¿Hola?
¿Hay alguien?” Preguntó. Obviamente hice de lazarillo del extranjero, guiándolo
hacia mi persona. “¡Dios mío! Llevo muchísimo tiempo andando, no sabes cuánto
llevo sin hablar con una persona. Empezaba a pensar que era el único por estos
lugares…” Dijo con pena. Le contesté que
no, que seguramente había más personas
como nosotros, pero que como yo no había abandonado mi <<zona de
recreo>>, no me había topado con nadie. Rio en voz baja, supongo para no herir
mis sentimientos, por lo que dijo: “¿Cómo fue? Perdona la pregunta…” Intenté
evitar la respuesta tanto como pude, y aunque él insistía formulando preguntas
redundantes que no obtuvieron resultado, conseguí darle esquinazo preguntando
por cuáles eran sus objetivos –pregunta por la que también me disculpé al
formularla-. “Bueno, me hubiese gustado llegar muy alto. Tan alto y lejos como
ningún hombre ha llegado y llegará jamás. Pero en mi <<zona de
recreo>> se quedó este sueño, como muchas tantas cosas” respondió
apenado. También me contó que desde que abandonó la escena del crimen ha estado
andando, y que yo he sido la primera persona que se había encontrado. “Lo que
no puedes hacer es quedarte aquí. He escuchado que ahí fuera hay una luz a la
que todos llegan, -sino estarían perdidos, como nosotros lo estamos-, así que
yo un día me propuse ir a buscarla. ¿Por qué no haces lo mismo que yo? ¿Quieres
acompañarme?” Yo –que soy un hombre que no sabe decir “no”-, acepté. Tenía bastante
miedo de alejarme de mi <<zona de recreo>>, pero supongo que ya iba
siendo hora de hacerlo. Tras un par de meses caminando –intercambiándonos
palabras para, al menos, no perdernos el uno del otro-, exclamó: “¡Al fin! ¡Ahí está!”. Nunca lo había notado así, parecía haber vuelto a ser un niño
de nuevo –supongo que hasta le brillaban los ojos-. "¡Veo la luz! ¡Veo la luz!
Sabía que todo esto valdría la pena". Pasé unas cuantas horas felicitándole y
agradeciéndole por todo este tiempo que habíamos pasado juntos. Quizá
únicamente buscaba que compartiese un poco de esa luz. Apostaría lo que más
quiero en este mundo –aquello que incluso se puede querer aquí dentro- a que lo hubiese
hecho. Supongo que no me escuchaba claramente y por eso sigo aquí, vagando como
un día él lo hizo. Por eso quiero decirte que salgas de tu <<zona de
recreo>>, que me acompañes hasta encontrar la luz. Porque realmente, sí
que se puede encontrar. ¿Qué me dices? ¿Hola? Por favor, que alguien me
escuche.
Solo quiero hablar.
Solo quiero hablar.
Creo que todo aquel que lea este "fragmento sin título" -me gusta... inspira a leerlo porque no te haces idea de qué te vas a encontrar y la sorpresa es grata- ha estado acompañándote a "la boca del túnel" en dejar atrás cada palabra.
ResponderEliminarGenial, ¡me ha encantado!
¡Muchísimas gracias, anónimo!
EliminarCreo que es una de mis composiciones favoritas.