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sábado, 9 de enero de 2016

Entrada 3 - Eso

Esos besos.
Esos dulces besos dados a escondidas, pensando que nadie mira, que no pararía de darte.

Esas caricias.
Esas caricias acompañadas de la más calurosa mirada, como si lo de delante fuese un verdadero tesoro, que nunca querría perder.

Esos susurros.
Esos susurros acompañados de esa risa tuya, que me hace morir por dentro, que me da la vida a cada momento, que me encantaría escuchar a cada hora.

Esa luz.
Esa luz con la que te brillan los ojos, esa luz que acentúa la decisión de estar juntos como lo más importante del mundo, que querría ver por el resto de mi vida.

Ese cuello.
Ese cuello albino, que cada beso que lo recorre, lo hace más hermoso y que no pararía de besar.

Esa mano.
Esa mano pálida, que se enreda en la cabeza de un enamorado, que jamás podría soltarla.

Eso.
Eso que podría hacer, si yo estuviera a tu lado.

Esos besos.
Esos besos que jamás llegaré a darte.

Esas caricias.
Esas caricias que jamás podré yo brindarte.

Esos susurros, acompañados de la risa que me mata por dentro, porque no soy yo el que le habla a tu oído.

Esa luz.
Esa luz mal acentuada que ojalá no deje de iluminarme, aunque sea errada.

Ese cuello.
Ese cuello, al que como un vampiro, quiero lanzarme y no puedo.

Esa mano.
Esa mano que nos damos siendo nada, que como nosotros, eso representa.



Eso.

martes, 5 de enero de 2016

Entrada 2-Travesía en una barca.

Travesía en una barca

Me gusta navegar, ¿a vosotros no?

Es una sensación emocionante, coger una barca y echarse a la mar.

Empecé a navegar hace bastante tiempo, la verdad, y he rescatado a muchas personas del naufragio. No es nada del otro mundo, sinceramente, solo hace falta dejarles espacio en esta ancha barca y prestarles atención, cuidarlos: la mar es peligrosa y mientras permanezcamos unidos nada nos podrá detener.

Un día, un Compañero me dio la alerta de que dos personas que estaba ayudando se comían nuestros víveres a escondidas. Yo, como capitán de esta nueva tripulación, medié con ellos.
“Es que tenemos mucha hambre, Capitán”, dijeron. A lo que yo respondí: “No pasa nada, Compañero, pero que sea la última vez, porque si no, ¿cómo pensáis que vamos a alimentarnos todos? Tras esto, asintieron y volvieron con la tripulación.
Nos adentramos en una zona peligrosa, donde día a día la fuerte mar causaba dolores de cabeza a nuestra tripulación.

Un día, al despertar, un Compañero vino y me dijo. “Capitán, 3 han abandonado”. Y era cierto. Aquellos con los que había vivido miles de aventuras abandonaron el barco.
Nadie sabe cómo: si se los llevó la celosa mar, si saltaron porque no podían vernos felices, si abandonaron porque les causábamos dolor. Pero los supervivientes continuamos atravesando tormentas
.
Semana después, un Compañero me alertó de que había una barca roja a la vista. Me fijé en ella, y vislumbré una pequeña tripulación de tres personas, pero no tenía los suficientes medios para reconocerlos, así que nos acercamos. Al entrar en contacto, allí estaban, tres personas navegando con una barca similar a la nuestra. Tras compartir unas horas con ellos, risas e historias, volvimos a nuestra barca, no sin antes hacernos la promesa de que volveríamos a vernos.

Por el camino, más tripulantes caían, mi más fiel Compañero lloraba.Yo lo intentaba consolar tanto como podía. Noche tras noche le escuchaba cantar una canción sobre lo que anhelaba a su familia y amigos de la tierra. Tras eso, se echaba a llorar hasta que se dormía. ¿Sobre mí? Yo también tenía canciones que cantar, pero no me importaba, porque tenía a la mar.

Pasaron días, tantos que perdí la cuenta, y ese mar tan precioso, empezó a disgustarle a mi Compañero. “Puedes irte cuándo quieras, Compañero, pero ¿quién cuidará a este cachorro de mar como yo?” le dije. “Pues, podrías ir con los tripulantes de la barca roja, ellos parecían felices”, me contestó. No parecía mal idea, quizá necesiten más hombres, era una barca bastante grande para tan pocas personas, pensé.

“Capitán, volvimos a perder a unos pocos… esta vez fueron unos 10”. Me despertó un día mi Compañero con voz asustada. “No te preocupes, de veras, aquí vinieron porque lo necesitaban, ahora que ya lo han hecho, es lógico que abandonen esta triste barca”, le contesté. “¿Y por qué crees que abandonan, Capitán?” preguntó, a lo que respondí: “Qué más da, Compañero, no se caliente la cabeza con eso ahora. Sabe más que nadie que en esta barca hay otros problemas que solucionar tras la partida de nuestros hombres”. Y tras esto, le dejé cantando una nueva canción sobre su tierra.

Meses pasaron, y a más días en la mar, menos tripulación quedaba, hasta quedar únicamente mi fiel Compañero y yo. “Capitán, no puedo más, quiero volver” dijo. “Hazlo, ¿qué te lo impide?” le contesté. “¿Cree que lo voy a dejar solo? Jamás, Capitán, estaremos juntos siempre, recuerde” dijo mientras sonreía. Tristemente, vi una barca roja. Y digo tristemente porque esa barca estaba llena de tripulantes. 
“¡Capitán, han aparecido!” exclamó “Puede irse con ellos”. “Sí, puedo hacerlo, Compañero, pero, ¿y tú? ¿Qué harás?” pregunté. Y tas una larga espera, respondió: “Volveré a mi tierra, aunque esté lejos. Lo lograré. Por cierto, Capitán, estaría bien que cogiera suministros si se quiere embarcar en un navío nuevo, para así entrar con buen pie”.
Pues así hice, y me dirigí a la despensa. Nada más entrar en ella, escuché unas risas y pensé en la calidez que me brindarían tras mi llegada a esa barca. 
Las risas se apagaron, cosa que encendió mi curiosidad, y salí de la despensa a ver qué sucedía.


Únicamente encontré a un hombre desnutrido solo, después de años en la mar, acompañado de su barca roja.